lunes, agosto 23, 2004

Un Texto en version beta

Tan pronto como se halló en la soledad de su habitación sacó lentamente, como si quisiera evitar ojos ocultos tras las paredes, su tesoro, una extraña lámpara encontrada horas atrás en medio de la lluvia que se precipitaba por las calles inundadas, refundida entre retazos de tela, trastos antiguos, trozos de cerámica y papeles mojados victimas de la inundación que acabo con la “papelería la elegancia”, la de don simón, lo único que quedaba del pueblo viejo y que se deshizo entre la lluvia así como muchos otros recuerdos se deshicieron entre la otra lluvia, la del crudo. Corría precipitadamente hacia las entrañas de la ciudad para ocultarse del destino o talvez buscándolo, cuando él, agarrándola entre sus dedos temblorosos del frío, la vio con los ojos enrojecidos por las drogas o por el llanto y se imagino a si mismo frotándola en la mitad del desierto, y pidiéndole a su genio personal, que le regalara un oasis para el solito, donde nadie lo hallara y donde pudiera sentarse y escribir su historia. Su imaginación, exacerbada por el cigarrillo que recién había armado y fumado oculto tras las sombras como siempre que salía a caminar en las noches de su ciudad; esa ciudad surgida en medio de la bonanza de una riqueza efímera y tan lejos del mar como de cualquier indicio de trascendencia; empezó a regalarle un “video” de camellos y de caravanas en la mitad del desierto con bailarinas de rostro oculto tras un velo de misterio, toda una ironía para el río que desbordándose en el cielo lavaba ahora su rostro y sacaba los sapos de las cañerías de aguas lluvias de las casas viejas del centro.

Después de un momento sintió sed y el calor abrasó su piel, siguiendo una costumbre que sintió como propia oculto bajo su ropa su hallazgo y se cubrió el rostro con la ropa suelta para evitar la arena de la tormenta, se acercó al sujeto que desde su cabalgadura lo observaba como un bicho raro quien le arrojó un lazo que inmediatamente se le enredo en sus muñecas y a las carreras y tropezando fue llevado por la larga caravana, cuyos primeros jinetes se perdían ya en el horizonte.

Siempre supo que su cabeza le jugaba malas pasadas, y por eso había adquirido la habilidad de manejar sus “corridas del tejo”, concentrándose por un buen rato. La mayoría de las veces lograba convencerse a si mismo que todo era un sueño y que iba a despertar tan pronto abriera la siguiente puerta, o en el instante preciso en que el mítico animal se abalanzaba sobre su cabeza sin darle tiempo de reaccionar; así que dedicó cada minuto, corriendo atado tras los grandes caballos, a concentrar su mente en imaginarse un oasis con grandes tiendas de mercaderes, inundadas de olores y bailarinas exóticas de abdomen brillante, con palmeras, hienas huyendo del fuego protector, bajo una luna creciente que ilumina la arena aun tibia; concediéndose una licencia; quiso imaginarse la aparición venturosa de un gran rajá, sentado en la fogata, que lo acoge como un hijo perdido y lo regala con riquezas para el desconocidas, talvez para justificar su enorme nariz y su abundante vello corporal; siempre quiso saber si en realidad su abuelo era turco, o era una historia de niños. Se sentó en el tapiz que supo inmediatamente que haría juego con los muebles de diseño que su mujer le había hecho comprar para la casa, todavía en obra gris.

“A mis pies – escribiría mas tarde- fueron puestas de rodillas las mujeres que habían de bailar, iluminadas por la luz de las fogatas que hacen restallar centellas de su abdomen impregnado de aceites aromáticos; semidesnudas y totalmente sumisas, inician una cadencia de sonidos guturales que marcan el compás junto a los tambores e instrumentos rústicos de la reunión, al tiempo que sus brazos se enredan como serpientes en el aire y batallando por saber cual llegara mas alto, estiran la figura ya estilizada dejando al descubierto su desnudez púbica bajo la corta falda de seda cruda, la visión sesgada de su sexo impúdico, levanto la cortina del deseo reprimido, y estirando el brazo seleccione a la única que bailaba con los ojos cerrados, adivinando una entrega de cuerpo y alma al placer de la danza ritual”. Descubrió poco después que el hecho de bailar con los ojos abiertos o cerrados para ella representaba una nimiedad pues en la oscuridad de su mente solo el sonido imprimía sus efectos.

“Durante un tiempo sin nombre he probado todas las bailarinas del harén ambulante de mi protector, esta mañana me di cuenta que poseía recuerdos lejanos de una cautividad y en mi espalda noté cicatrices de latigazos todavía en proceso de curación, sin solicitarla, acudió a la tienda una bailarina que me cubrió de un aceite espeso y de olor repulsivo que refresco el quemante dolor de los latigazos que ahora recordaba perfectamente haber recibido de un eunuco ciego de furia, en circunstancias que no estaban muy claras en un momento de mi vida ubicado en un pasado tan cercano. Creo que voy a dormir luego de escribir estas líneas; tengo que escribir la otra historia.”

La visión de un paisaje nuevo al despertar es una sensación de incertidumbre que siempre me ha aterrorizado, esos segundos que se vislumbran de terror al momento de abrir los ojos en la mañana, la manera como nos aferremos a una cobija tratando de mitigar el daño causado por un agente desconocido, la búsqueda de una imagen que nos indique el sentido que ha tomado el destino mientras dormíamos, a veces he creído que durante el tiempo que pase dormido, toda una serie de acontecimientos han cambiado la faz de la tierra y estoy despertando en medio de un paisaje apocalíptico; es solo el desorden que en mi mente forma la multiplicidad de esta realidad.

“En mi sueño me levante en medio de un paisaje exuberante y acuoso, a mi lado una manada de roedores gigantes buscaba comida en mi ropa, singularmente adecuada para este clima extraño, durante la noche probé la leche de una hembra de la manada, ayer en la tarde un tigre pequeño llego por el río, cuando salio del agua agitado vi que su pierna sangraba, ahora los zopilotes también me hacen compañía mientras disponen de su cadáver. Estas heridas en la espalda no me han dejado mover y creo que la fiebre va a volver de un momento a otro.”

“No se si he dormido o sueño, solamente recibo la atención de alguien cuyo rostro no distingo, y cuyas manos ásperas aplican telas humedecidas en vino de datil sobre mi frente, siento arder en mi espalda una multitud de carbones, como estuviera acostado en la fogata, mi peregrinación aún no termina, ahora lo recuerdo, tan solo ayer partimos de al-fayqu rumbo a cairo, y ahora después del incidente con la mujer tigre debo viajar en mi litera. Escribo en momentos que la fiebre me lo permite, justo ahora siento como se expande el calor desde el centro hacia fuera, concentrándose en mi hombro derecho.”

- Llévele un aguardiente a ese muchacho y te pendiente del hato a ver si viene don jacinto a rezarle esas mataduras, que se lo va a cargar la fiebre-. Rodrigo el encargado de la finca, lo había encontrado a la orilla del paso real, casi desnudo y con unos raspones en la espalda que parecían hechos por un canaguaro; raro, pensó pues tan cerca del pueblo hace rato que no se veía ningún gato grande, y con lo de la crecida del caño no lo habían podido mandar ni siquiera a caballo así pudiera subirse a uno, solo quedaba esperar que bajara el caño y ojalá no volviera a llover o si no ni esperanzas. Mientras tanto a ver que se le podía entender en sus pocos ratos de lucidez acerca de cómo había llovido del cielo un paisano ya crecido y sin ropa, y con esas mataduras tan feas y con picadura de agua, solo esperaba el viejo jacinto lo rezara que eso si era bendito hasta pa´ la picadura de raya.

1 comentario:

Papeto dijo...

¡Pija, pariente, q juma tan jijuepucha! Yo tambièn he estado escribiendo un cuento del cual me averguenzo, pero q pienso publicar en mi blog... ¿Cuándo voy a tener los guines de Dark OR-CA?